Tengo pocos recuerdos buenos de ti. Uno, quizás dos. El caso
es que eso no es lo importante.
Hoy he recordado algo bueno que hiciste, probablemente en
uno de esos pocos periodos de lucidez que de vez en cuando te asaltaban.
Me llevaste a un antiguo local del centro urbano de Madrid.
Un lugar de esos que sobreviven a duras penas gracias al esfuerzo, si, pero
también gracias a los recuerdos que reposan entre sus paredes, que se esconden
en sus salones.
Hoy he entrado allí, como por casualidad, porque había
vichyssoise en el menú. Estaba tan buena como recordaba. Seguía allí el
dispensador de plata para el consomé. Me he servido un agua fresca y pura en un
vaso de cristal. Todo estaba como lo recordaba.
El personal me ha acompañado por los salones que tanto aman, he visto el papel
pintado japonés, con su grieta ajada provocada por un incendio que antaño vivió
el local. No se pueden explicar los sentimientos provocados del mismo modo que
no se puede explicar el que los dueños decidieran conservar esa grieta en la
pared como recuerdo de lo que pasó el local y como, pese a todo, sobrevive más de un siglo después.
Se que voy a volver a ese local. No se cuándo pero lo voy a
hacer. Porque mi recuerdo también se ha fusionado con el papel pintado, la
madera noble, la plata ajada y los hojaldres de las bandejas. Hoy se que
siempre formé parte de ese lugar y que ese lugar siempre formará parte de mi.
Puede que no se entienda, pero elijo reparar el salón,
limpiarlo de cenizas, conservando la grieta inalterada, como recuerdo de ese
pasado que nunca deberé olvidar.