sábado, 10 de enero de 2009

Ira de un Dios

Acércate, hijo mío y arrodíllate con temor. Puedes pedir clemencia si lo deseas, aunque es más que probable que no se te conceda. Ven hasta mí, pues voy a castigarte.

Atacar una vida es grave, incluso si se hace desde el desconocimiento, como tú hiciste. Irrumpiste en la vida de mi Favorita sin mirar, alocado, como un elefante en una cristalería. Destrozaste su mundo hasta que, incluso yo, fui incapaz de reconocer a la persona que creé. Tamaña atrocidad es un crimen y por él, yo te castigo.

Te condeno a una vida insulsa, lejos de todos los que alguna vez te quisieron, de los que te apreciaron, Una vida en la que no conseguirás ninguna de esas metas que te habías fijado. No alcanzarás tus sueños. Muérete en vida. Es el castigo que te impongo por haber desobedecido, por haber dañado, con tus actos, a mi Favorita, tú, pobre mortal. Ordeno a la Rutina que te rodee, a la Soledad que te abrace y no te suelte jamás para que no puedas soportarte ni a ti mismo. Que acuda el Llanto a visitarte cada noche, mientras ruedas en tu cama. Que te rompa hasta que estés tan destrozado que ni fuerzas para levantarte por la mañana te queden. Que acudan los Recuerdos a visitarte cada día, para que nunca olvides lo que perdiste y como lo perdiste.

Te castigo a vivir sin Ella, a morir en vida, a una existencia fútil, aburrida e inútil que te vaya consumiendo cada día. Yo mando a la Creatividad que te abandone, a la Alegría que pase a verte cada vez menos hasta que un día la hayas olvidado por completo, a la Desgracia, que te consuma. Te expulso del paraíso en compañía de estas deidades y te encomiendo a la Realidad.